miércoles, 25 de mayo de 2011

El uso de las palabras

Llegué a los 9 años, en el 85. No sabía lo que significaba irse de mi país.
Llegué a la estación con la impresión de estar en una gran ciudad. Me acuerdo del reloj de Retiro, la gente blanca, pensaba que algo bueno debía haber. Recuerdo el olor a milanesa, que me parecía rico.
Llegué a un conventillo. Lo primero que ví fue a un niño con el pañal cagado, las cloacas abiertas, olor a podrido. Nuestro cuarto era de tres por dos. Mi mamá tuvo que dormir en el patio en pleno invierno. De casualidad escuché decir a un tío mío que ya vivía acá: “trajeron al negrito”. Ahí me di cuenta que había llegado a un lugar que no era el mío.

Entré al colegio en Villa Crespo. No había gente morena en el barrio. Una compañera me dijo: “¿vos sos bolita?”. Mi mamá me había preparado para cosas así. Le dije: “no, soy boliviano”. Hasta cuarto grado me peleaba todo el tiempo. Una vez me dieron para que tenga, entre diez pibes. Después traté de cambiar mi acento, mi forma de ser. Quería jugar. El gran problema de la colectividad boliviana es ese: venimos detrás del progreso, pero no se piensa en lo que viven los niños. Sólo importa “mejorar la raza”, o aporteñarse: “no hablés así, hablá bien”. Sé menos lo que eres.
En la secundaria empecé a encontrar mi identidad, en parte vía el rap protestante. Había un cd de MC Hammer. Mi madre me lo había regalado. Ahí decía que el 70 por ciento de los presos de las cárceles en EEUU eran negros. Entonces dije: “yo soy de los negros”.
Empecé a trabajar cuando había repetido. Le mentí a mi mamá que iba al colegio y me descubrieron. En ese momento acá las personas morenas tenían una función: limpieza o detrás del mostrador. Un lugar invisibilizado. Estuve días buscando. Me compré ropa Angelo Paolo, una campera Motor oil, me peiné con gel: un payaso de repente. Cierto viernes de 1993 veo un cartel que buscaba personal de limpieza. El dueño me dice: “si querés trabajar empezás ya, sino ni vengás negro”. Volví a casa re contento y le conté a mi mamá que había conseguido trabajo de “bachero”. No sabía qué era. Tenía que lavar las cosas. Ahora me muero de la risa: iba con zapatitos lustrados, pantalón de marca, y todo para lavar los platos. Después pasé a mozo de mostrador. Era mi primero de mayo. Tenía más responsabilidades: llegar antes y preparar las mesas. A los bolivianos nos toman porque somos más humildes. O mejores esclavos. Al tiempo me entero que cobraba lo mismo que los de limpieza. Me puse en una actitud rebelde.
El dueño me decía: “ustedes los negros quieren ser blancos. En cambio yo: ¿para qué quiero ser negro?”. Yo le respondía que no quería ser blanco y que él sí quería ser negro, porque tomaba sol. “Vos sos rebelde, negro”, me decía. “Yo defiendo lo mío”, le contestaba. Al tiempo me volvieron a limpieza. Me iba apenas cumplía el horario. Un día, cuando ya estaba terminando, me encaró el dueño y me dijo: “Gabriel, vaya a limpiar arriba”. Era una fiesta de cuarenta invitados. Y yo le respondí: “uh, loco”. El tipo se me vino encima: “¿cómo dijo usted, se cree muy hombrecito?”. Tenía unos cuarenta y cinco años y yo diecisiete. “Si no le gusta renuncie”, me dijo. Y yo le contesté: “si usted es tan hombre, écheme”. Yo conocía mis derechos.
Pero no fue él quien me echó, sino mis compañeros: el peor traidor es tu compañero, que puede trabajar más por menos. En mi caso fue un cocinero al que admiraba. Un día me dijo: “negro hijo de puta, andá a limpiar”. Ahí renuncié, por dolor.
Otra experiencia importante fue en la empresa de un señor judío. Yo ya tocaba sikus, estaba con el tema de mi identidad. Era flaco, sin músculos y entré para cargar cajas, de peón. Estuve a prueba junto con un pibe del Chaco que era un mono gigante. El señor que debía decidir quién de los dos quedaría se llamaba Horacio, buen tipo. Quedé yo. Horacio me dijo, de manera cariñosa: “negro, ¿sabés por qué quedaste? El otro chango se quiso robar una máquina. Pero vos querías limpiar. Ustedes los bolivianos son muy comedidos”. Y yo, de típico boliviano, agaché la cabeza. Es lo que les gusta a los patrones. Después me pusieron en blanco y las cosas cambiaron. Ya éramos todos blancos.
Un viernes de balance Horacio faltó y Mario, el dueño, me dijo: “¿sabés lo que voy a hacer? Le voy a mandar un médico y lo voy a echar por hacerse el vivo”. Al rato llegó la noticia de que Horacio había muerto: un cáncer de estómago. Tenía 60 años y venía todos los días de Laferrere a Villa Crespo. Ese día me dije: “esta gente no vale nada”. Y cambié mi actitud. Llegó la fiesta de fin de año, día de mi venganza. Los vendedores me decían: “negro, decile a tu papá (por mi jefe) que te dé un vino”. Mario me dijo “pida sin problemas”. Cuando le pedí el cuarto vaso, ya no le gustó nada. Los vendedores me aplaudían. Mario, para cobrarme, me dijo “Gabriel, ¿por qué no toca su sikus?”. El siempre me decía: “usted toca el sikus, qué lindo, el altiplano, la pachamama”. A mi no me gustaba que me hablen así de mi cultura. Por eso le respondí: “¿por qué no toca usted el arpa judía?”. Cuando me di cuenta lo que le había dicho no sabía qué hacer. Mario me dijo: “a ver, ¿qué es el arpa judía?”. Le respondí: “lo que los mapuches le dicen chompe, un instrumento que se ponen en la boca. Defienda usted su cultura, yo defiendo la mía”.
Pasó el tiempo y me querían poner de encargado de depósito y a la vez de peón, por un aumento del diez por ciento. Me negué. Hasta que un día el dueño me dijo: “¿usted se piensa qué va a vivir tocando el charanguito en el subte? Usted no quiere progresar”. Ahí me di cuenta cómo se utilizan las palabras y qué significado se le dan en cada momento. Un poco después me echaron, los empleados me saludaban por lo bajo por haber frenado al dueño. Lo bueno sería animarnos a luchar como trabajadores, pero juntos. Ahora trabajo en estampado textil, diez horas por día, en negro. Estampamos para muchas marcas de polo, de Palermo, también para distintas provincias. Los patrones son argentinos. Los de la colectividad están muy mal pagos. Y si son sin vivienda no sirven. Creo que estos me contrataron porque les cumplo.

ACTIVIDAD

1-  ¿Sobre qué problemáticas trata cada texto? ¿Cuáles son los problemas que están vinculados al tema del Trabajo?

 Mi texto está escrito por Gabriel, un chico de Bolivia que cuenta sus experiencias de trabajo desde que llegó a la Argentina a los 9 años. Puedo contar numerosas problemáticas en la nota: la discriminación hacia los negros o los provenientes de países limítrofes, la pobreza, el maltrato, las malas condiciones de trabajo, las irregularidades en las legislaciones laborales, los sueldos mal pagos etc.

2- ¿Qué significa trabajar para el que escribe el artículo o para los que aparecen en el artículo?

Para Gabriel fue una gran alegría encontrar trabajo, ya que estaba relacionado con un mayor ingreso en la familia para mejorar la condición de vida. Por lo tanto, para el es una necesidad el trabajar: por lo que pasó por numerosos trabajos y experiencias laborales.
El es un trabajador responsable, aplicado y honesto.

3-  ¿Qué te pareció la nota que leíste?
Me pareció muy buena nota, esta es una crónica en primera persona de un joven, por todas estas características te llegan de una forma más profunda que cualquier otra nota. Es una publicación bastante fuerte y desagradable en el aspecto de que existan empleadores cómo los caracterizados, pero me pareció muy buena, porque te da una noción de las experiencias y la vida de otras personas.

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