Estaba recostado junto a los únicos
objetos que en ese momento me rodeaban,
un deteriorado vaso aluminio, un espejito circular y el anillo dorado
del compromiso con Julia. No entendía porque estaba allí junto a ese panorama
tan escueto, sólo observaba por todos lados puertas, puertas, puertas, todas
cerradas y con llave. No había ningún lugar, a excepción de las rendijas en las
paredes del cuarto, por el
cual se pueda ver. ¡El cuarto es en verdad una
prisión, y yo soy un prisionero!
Ese pensamiento comenzó a nacer en mí
después de unos 5 días de estar allí,
desencadenando miles de recuerdos y pensamientos. Mi panorama días
anteriores estaba compuesto por los parques verdes, la calidez de mi hogar, el
cielo azul con pequeñas sombras blanquecinas, la alegre cara de la ingenua Lilia, y las preocupaciones de Julia.
Actualmente mi visión se reducía a una estructura similar a un anillo de
compromiso, con una torre en el centro, en la que se ubicaban los vigilantes para
controlar con solo un golpe de vista a todos los prisioneros ubicados en las
diferentes celdas de la fortaleza. No podía realizar ningún movimiento
sin el consentimiento de los guardias, debía ingerir todo el alimento que me
dispensaban y debía ingresar al claustro con el timbre.
Un día, estaba resguardado en mi celda,
cuando logré entablar una conversación a media voz con mi compañero del
claustro contiguo. No lo podía ver, sólo oír, pero pude apreciar que era un
buen muchacho de unos 30 años que estaba encerrado por motivos que desconocía,
al igual que el mis motivos. No estaba permitido hablar sobre esos temas, en
esos lugares y tiempos tan difíciles.
Al recordar lo sucedido sentía una
asfixia en el pecho y un mar de lágrimas que brotaban de mis ojos, pero el
sentimiento más estremecedor era que habían
hecho aquellos canallas con mi esposa Julia y mi pequeña niña Lilia.
Mi libertad no me preocupaba, ya que siempre
opiné que nuestra sociedad es una cárcel sin rejas y muros invisibles, pero esta situación había empeorado mucho
desde que el ejército estaba al mando.
Me horroricé cuando comenzaron a
prohibir y a quemar ciertos libros
cómo “Gracias por el fuego” de Mario
Benedetti, “El principito” de Saint- Exupery, “Las venas abiertas de America
Latina” de Eduardo Galeano hasta “Un elefante ocupa mucho espacio” de Elsa
Bornemann, libros magníficos de grandes autores.
Nunca antes habían criticado mis libros de ser subversivos o inmorales,
pero en estas épocas fueron rotulados como tales y fue una preocupación para mi
familia. Aunque yo sentía que tenía un
deber con la sociedad y era informar a los ciudadanos siguiendo siempre con mis
ideales.
Esta actitud representaba a todos a
mis compatriotas del taller hasta el día en el qué un grupo comando allanó las oficinas y clausuró
el establecimiento.
Ese día me robaron mi profesión, familia y libertad, pero algunos
de mis compañeros también les robaron la vida.
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